Ultimas Noticias Domingo 7 de noviembre de 2010. Hugo Prieto.

Foto Carlos Ramírez


Nelson Garrido: "Las zonas populares están colapsadas por la violencia"

En los años en que estaba de moda fundar una organización no gubernamental, una instancia enfocada en cualquier actividad que sacara de quicio al gobierno de turno -los Derechos Humanos, la libertad de expresión, el sistema penitenciario; es decir, todo lo que nunca ha funcionado en Venezuela-, el fotógrafo Nelson Garrido tuvo la idea de crear la ONG, cuyo acróstico lo dice todo: Organización Nelson Garrido. Lo curioso es que la ONG no tiene personalidad jurídica. Sencillamente no existe. Pero se ha convertido en un espacio donde la contracultura irradia propuestas tan disímiles en su naturaleza como en su propia concepción.

Garrido es una persona imposible de definir. En los años 70 vestía blue jeans y camisa caqui manga corta. Actualmente, ha cambiado la camisa por una franela negra. Parece una metamorfosis ligera, una tonalidad más severa, pero es mucho más que eso, tanto en su forma de ver la política como en su propia ideología. Es, para decirlo en su propio lenguaje, "un bicho raro". Sin embargo, su nombre aparece en el listado de personalidades del diccionario Larousse. Es Premio Nacional de Artes Plásticas. Ha realizado cinco exposiciones individuales y su obra, frecuentemente, es incluida en exposiciones colectivas.

Nada de lo que se hace en la ONG: danza, performance, fotografía, publicaciones, videos y otras manifestaciones de arte-, cuenta con financiamiento público o privado; todo proyecto es autogestionado y, sin duda, obra y creación de sus propios promotores, en muchos de los cuales Garrido no tiene arte ni parte. No hay arte oficial, no hay cultura oficial. En la ONG todo lo que se hace fluye, en ocasiones bajo un caudal apreciable, en otras a cuenta gotas. Es lo que encierra su naturaleza y explica su éxito.

¿Cómo y cuando surgió la ONG?

De tanto decir que tenemos 500 ó 200 años, se me olvidó la fecha. Pero sin duda fue después de 2002. Desde hace 18 años, yo vengo dando talleres de fotografía en diferentes partes de Venezuela, nunca en Caracas. Siempre he dicho que Venezuela está fuera de Caracas. Quise ampliar mi taller y coincidencialmente lo hice en los meses en que vivimos la huelga petrolera. ¿Recuerdas? Se empezó a decir 'este país no vale nada, lo mejor sería irse de aquí'. Los momentos de crisis son los más creativos, donde vale la pena apostar. Las manifestaciones contraculturales son evidentes, porque son una reacción a esa sensación de derrota y frustración. Se acercaron alumnos míos y me plantearon, ¿por qué no damos clases aquí? Así fue como empezamos los talleres de fotografía experimental en Caracas, que daba junto con mi ex esposa, Liliana Martínez. Así fue como empezó la ONG.

¿Por qué la ampliación de ese taller se convirtió en un espacio contracultural?

En la contracultura los espacios no son grandes estructuras, grandes edificios, sino espacios contenedores. ¿Qué pasa? El Estado construye moles gigantescas y después trata de meter, en cada piso, actividades culturales. Aquí es al revés: la gente hizo el espacio. La ONG se convirtió en un espacio abierto a escuchar nuevas propuestas, tal como lo hemos dicho: somos el espacio de los que no tenemos espacios. Aquí no hay censura y la única condición es que si vas a tumbar una pared, muy bien, pero entregas el espacio como lo encontraste. Aquí llegaron los grafiteros, la gente que quería hacer performance, teatro, los transexuales, los movimientos rechazados de todas partes empezaron a reunirse y a tener un espacio. La actividad la hace la gente y esto tiene altos y bajos. No es un gentío tipo Poliedro, no somos la excusa para una cobertura de prensa, ni la ocasión para comerse un tequeño.

¿El poder puede controlar la cultura?

El poder intenta controlar la cultura, pero no lo logra, porque no tiene los mecanismos ni los vasos comunicantes. El Estado, antes y ahora, trata de imponer un tipo de cultura, con grandes estructuras sumamente costosas y nada eficientes. Nosotros, con cero presupuesto, le damos cabida a cinco o seis actividades por semana. ¿Por qué? Porque no intentamos imponer nada, ni liderar nada. Simplemente somos la caja de resonancia de esa contracultura y el espacio contenedor de esa necesidad social. En la medida en que sea así, funciona.

¿La ONG es un espacio ecléctico?

No tan ecléctico. Aquí no hay imposiciones ideológicas, pero sí hay tendencias, al igual que hay convivencia y confluencia con un gran respeto hacia las personas. Claro, con un lineamiento de calidad y de formación. Si aquí viene Osmel Sousa a montar el Miss Venezuela, no lo dejaría. Se cometen errores, demasiados quizás, pero de ellos hemos aprendido muchísimo. Lo importante es que no hay una estructura burocrática y las programaciones se hacen con una gran fluidez. Todo se autogestiona, desde la limpieza hasta la alimentación. Si esto llegase a institucionalizarse habría que cerrarlo. Lo importante de la ONG es que mantenga esa ilegalidad frente al poder. El juego macabro de la institucionalización es muy penoso.

¿Cómo han leído ciudad? ¿A través de una lectura visual? ¿Gráfica? ¿Editorial?

Especialmente a través de las activaciones culturales, que a su vez son activaciones naturales, frente a las cuales el Estado no tiene mecanismos para responder. Son movimientos espontáneos en una ciudad que no tiene como albergar a las minorías. Ahí es donde la ONG cumple una función. Por supuesto, es la ausencia de una política cultural de Estado. No porque lo quisiéramos, sino porque hay un gran vacío cultural. Somos, si se quiere, una respuesta simbólica y actuamos con un gran valor simbólico dentro de la ciudad. El propio lugar donde estamos (Los Rosales), a mí me parece importante. No somos ni queremos ser un circuito, exponemos pero no queremos ser galería. El mercado del arte no nos interesa en lo absoluto. Propiciamos intentos de leer la ciudad.

¿Diría que es un espacio plural?

Es plural, pero con una línea ideológica. Aquí viene gente de todas las tendencias, aunque no necesariamente sea del gobierno o de la oposición. Nos disgusta por igual el discursito pavoso de La Hojilla o de Aló Ciudadano, ¿hasta cuándo? Las cosas no son ni así ni asao. Y no somos ni ni. Somos no no, que es diferente. Somos un no no radical. No estamos de acuerdo con esto, pero tampoco con lo otro.

¿De los sectores populares que advierte como tendencias, como búsquedas, como propuestas?

Yo creo que las zonas populares están colapsadas por la violencia. Es algo que se agudiza en los barrios y ha cortado todas las formas comunicacionales. La respuesta ha sido más bien organizativa, sin pararle a si eres chavista o antichavista. El gran problema es que el sesgo del gobierno ha sido tal que cualquier forma de organización se ve como chavista. Yo trabajo con la gente de La Bandera, con la gente de Carapita y la cosa no es permeable. Hay un enguerrillamiento de la ciudad, en la medida en que no hay desarme efectivo y en que el Estado fomenta la violencia. Estamos en guerra y no lo admitimos: 165 homicidios los fines de semana, ni en Irak ni en Afganistán, ni en cualquier otra guerra que se esté librando actualmente.

¿Por qué la sociedad venezolana no admite que estamos en guerra?

No lo admite porque nos hemos acostumbrado a la violencia como un hecho normal. Un linchamiento no es noticia. ¿Entonces? Violencia de Estado, impunidad. En Carapita, Freiman Meneses, por ejemplo, se cruza en el camino con el asesino de su hijo y no puede hacer nada. Si va a la policía, los propios funcionarios le dan el pitazo a los malandros para que acaben con él o con el resto de su familia. ¿Sabes lo que es vivir a diario sintiendo esa impotencia, esa humillación? Si te invitan a una fiesta, eso incluye cena y desayuno, porque después de cierta hora, nadie puede salir de allí. Imagínate lo que sería proyectar una película en la calle… una bala perdida, un ajuste de cuentas, ¡no joda!

¿La ONG es una opción para la gente que no se adapta a los centros comerciales?

Exactamente, no es para gente cuya solución es ir a un centro comercial a comprar. Es para un sector especializado. Nosotros no hacemos cultura de masas. El arte popular, la cultura popular, la hace el pueblo. El problema es que cuando se trata de institucionalizar lo popular, ahí se produce el gran error. Esto es para sectores radicales de la sociedad, que existen, y que en una verdadera democracia deberían respetarse, a menos que se quiera la imposición de las mayorías. Por ahí el Estado decide lo que es cultura popular. ¿Quién es el Estado para decidir tal cosa? El arte popular se da por razones históricas y sociológicas. No por planes de asalariados y burócratas del gobierno.

¿Diría que este espacio es un fenómeno caraqueño?

No. Es un fenómeno latinoamericano y mundial. La contracultura es cada vez más la respuesta de la gente a lo que el Estado no está en capacidad de dar o de ofrecer. Esos planes grandotes lo que quieren es canalizar y eso es, precisamente, lo que no funciona. La gente quiere expresarse en función de sus necesidades culturales. La cultura no se puede reducir a si hay o no subsidio. Los Diablos de Yare es un ejemplo de devoción y se bailan con o sin Estado, con o sin Iglesia. En Chuao tienen un disfraz de cura y si el cura no llega se lo dan a alguien de la comunidad. En Naiguatá los diablos bailaron después del deslave. ¿Eso lo hace el Estado? No.

¿Podría hacer una lista de productos culturales hechos en la ONG?

(Luego de sacar un libro de una gaveta) Mostraría el balance de todo lo que hemos hecho, todos los cursos de formación, los congresos, los encuentros indígenas, las publicaciones, los homenajes a la piratería, porque creemos que la cultura debe circular y podemos hacer desde un facsímil de textos cortos pirateados hasta esta publicación, que se hizo en este papel porque la embajada de España colaboró. De lo contrario, haríamos igual que los diablos de Chuao: impresión propia en papel boom.

Hugo Prieto


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