El fotógrafo se pregunta por la censura en el proyecto 'Deletrix', una exposición y un libro donde documenta múltiples atentados contra la libertad de expresión.
Joan Fontcuberta ha sido recientemente galardonado con el premio Hasselblad, una especie de Nobel de la Fotografía. El creador investiga los territorios fronterizos entre testimonio y ficción, y en su célebre libro La cámara de Pandora reflexionaba sobre el papel de una disciplina que, en pleno siglo XXI, ya no concluye en la imagen en sí misma, sino que ésta es utilizada como parte de un proceso mucho más amplio. En muestras como Herbarium (1984), Fauna (1987) o Sputnik (1997), donde nada era lo que parecía, el artista ponía patas arriba la concepción de la fotografía como fiel reflejo de la realidad. Su trabajo durante seis años con archivos originales, ahora sí, se ve plasmado en Deletrix, un proyecto que, en colaboración con el PEN catalán, documenta históricos casos de censura en un libro (Ediciones Polígrafa) y una exposición (Arts Santa Mònica). La libertad de expresión, y las distintas formas de transmitir la información, son el debate de fondo.
Una de las cosas que más sorprende es la potencia estética de los casos que expone. Algunas piezas parecen obras de Tàpies, Fontana o poemas de José-Miguel Ullán.
Este es un tema clásico dentro de la filosofía del arte. Cómo la imagen estetiza los contenidos representados. Nos podemos preguntar cómo es posible que ante una crucifixión, que no deja de ser una tortura, hablemos de composición, color, expresión… Hay una tendencia a separar el tema del tratamiento del tema. Tal vez, porque nos duele o perturba el tema, nos refugiamos en este tipo de valores colaterales.
¿Cuál ha sido el proceso de documentación?
Comencé en 2007 cuando visité la universidad de Salamanca. Ahora he estado en Princeton. Aprovecho los viajes para crear fichas del material censurado. Nunca me lo he planteado con una fecha de caducidad. Es infinito.
Ha estudiado en múltiples ocasiones la relación entre realidad y ficción. Sin embargo, este proyecto parece muy documental. ¿Tendríamos que ser también escépticos?
Sería muy gratificante para mí. Y positivo. Buena parte de mi trabajo consiste en fomentar la duda. Generar sospechas sobre la información que recibimos. Pero no todo mi trabajo ha consistido en eso. Yo no provengo del mundo del arte, sino de la sociología, la semiótica, y las ciencias de la información. A mí lo que me interesa es por qué y cómo cierta información no nos llega de una manera neutra, sino teñida, impregnada de unos determinados valores. Escogí, en los años setenta, la fotografía porque era un caso paradigmático. En aquella época la fotografía era una información visual que se imponía con cierta autoridad al espectador. Existía la convención de que era un testimonio fiel, una trascripción literal de la realidad. Tenía un prestigio como documento.
La fotografía, como todo producto humano, es una construcción.
¿Dónde está esa verdad incontestable? Por eso mi punto de mira fue el tratamiento de la información, y el conflicto entre diferentes lenguajes. La ambigüedad. Considero que, sí, el proyecto Deletrix está conectado con el corazón de mis preocupaciones, pero es verdad es que mis obras más populares son narrativas de ficción que ponen trampas al espectador.
Una de las formas de censura más potentes y peligrosas es la autocensura.
No soy un experto en temas de censura. Soy un artista visual que se ha interesado por esta problemática. Mi opinión, pues, no es la de un especialista. Pero es cierto que la autocensura, aunque ha existido siempre, es muy actual. En un momento en el que la censura tiene mala prensa, siempre hay mecanismos para influir. Existen muchos métodos coactivos. Uno de ellos es el económico. Si uno piensa que escribir determinadas ideas, o divulgar según qué contendidos, puede perjudicar tu sustento, lógicamente eso hace que apliques el refrán: “No muerdas la mano de quien te da de comer”. Lo que deberíamos mirar es qué grados de autocensura son tolerables, y qué grados pasan a ser excesivos. También deberíamos observar los motivos por los que uno se autocensura.
La falta de espíritu crítico es otra de sus preocupaciones.
La autocensura, muchas veces, es la proyección exagerada de unos mecanismos psicológicos que nos impulsan a no incomodar. Miedo al conflicto, y a la confrontación.
Hace tiempo que se interroga sobre el rol del fotógrafo contemporáneo, y cómo trabaja hoy con el archivo.
El fotógrafo del siglo XXI se interesa más por el concepto que por la fotografía misma. Nos hemos dado cuenta de que las fotografías son importantes por el uso, por el contexto. Hoy en día, cuando todo el mundo hace fotografías con su teléfono móvil, el valor no está en lo intrínseco, en lo artesanal, sino en cómo gestionamos esas imágenes en procesos de relación, comunicación,…
Pueden existir fotógrafos que no hagan fotografías.
Sí. Borges era un fotógrafo, aunque no lo sabía. Considero que hay creadores que utilizan una serie de valores que yo considero genuinamente fotográficos: la obsesión por la memoria, por la verdad, por la identidad, por el juego de espejos, el recuerdo… La fotografía en sí sólo es la consecuencia de un determinado universo.
¿El exceso de estímulos también es una forma de desinformación?
Ya Marshall McLuhan advertía que el soporte teñía el mensaje de una cierta capacidad de convicción. La página impresa, nos decía, tiene más poder que la palabra dicha. Hay también unas jerarquías. Yo, que he estado mucho tiempo dentro del mundo docente, me he dado cuenta de que determinadas disposiciones espaciales dentro del aula generan una relación diferente con el alumno, y pueden incluso dotar de más o menos autoridad académica lo que dices. Hoy el censor va con mucho cuidado. Antes se borraba o se rachaba el contenido. Ahora lo que se hace es dificultar el acceso, o ahogarlo dentro de un magma de información. Los buscadores de la red son un buen ejemplo. Si un resultado aparece en primera línea, o en la línea cien, también es una manera de censurar.
Observamos cómo España regula y penaliza las distintas formas de desobediencia civil. ¿Cómo funciona la censura en estados democráticos?
Son actitudes autoritarias que están en la genética de muchos gobernantes. Algunos, por necesidades históricas, se han puesto una careta. Pero cuando están en el poder desvelan su auténtica naturaleza. Eso pasa aquí y pasa en Estados Unidos.
También ha reflexionado sobre los sofisticados mecanismos de control. ¿Cuál es el rol del burócrata?
El censor es un burócrata que cumple los designios del poderoso. No deja de ser un intermediario entre los guardianes del dogma y aquellos que se escapan.
Hannah Arendt, en Un informe sobre la banalidad del mal, nos advierte de que Eichmann simplemente es una pieza más del sistema. Podríamos establecer paralelismos con casos menos dramáticos.
El técnico es como un verdugo. Su trabajo es ejecutar. Evidentemente, detrás puede surgir un conflicto moral o deontológico, pero el máximo responsable es quien ha dado la orden. En el momento que se genera una cadena de mandos, dentro de un sistema de disciplina… El técnico, si se rebela, se convierte en un héroe o en un mártir.
Erasmo de Rotterdam es la gran “estrella” de la exposición y del libro. ¿Existen casos parecidos en la actualidad?
Tal vez no hay un caso tan claro. Pero lo que ha pasado con Snowden o Assange… Representan la figura del outsider que se convierte en un líder de la transparencia y de la disidencia. Sus decisiones, en el fondo, más allá de si había voluntad de protagonismo o no, se convierten en gestos heroicos que permiten que la comunidad internacional conozca información que estaba perfectamente tapada.
¿La filtración en internet por parte de organizaciones como Wikileaks o Anonymus es libertad de expresión o violación de la intimidad?
La intimidad es un concepto caduco. La intimidad ya no existe. Cuando la gente se hace fotos mientras va bebida, o está practicando sexo, y entonces lo cuelga en las redes sociales, quiere decir que hemos llegado a un estadio en el que hay una distancia entre las leyes y la vida real. Tal vez lo que hace falta es discutir sobre qué se entiende hoy por intimidad. Intimidad y privacidad son conceptos diferentes. Lo que conforma la privacidad para los adolescentes de hoy es el anonimato. De todas maneras, para mí el verdadero conflicto está entre la libertad y la seguridad. El poder siempre justifica que todo se hace por nuestra seguridad. Pero Popper ya afirmaba que sólo en libertad podremos sentirnos seguros.
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