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The Shining. Stanley Kubrick |
Primero, lo primero: ¿qué es gore? Es el cine “asquerosito”. Ese donde se ven miembros mutilados, hay torturas en primer plano y la sangre baña la escena. Ese ante el cual la mayoría de los mortales sienten repulsión y reaccionan con impresión, quitando inmediatamente la vista de la pantalla. Ese, que también tiene cientos de miles de fanáticos por doquier, con clubes y revistas donde difundir y disfrutar su pasión.
El diccionario de inglés/español traduce a gore como sangre; y sí, de eso se trata. Pero es mucho más. Es un arte. Uno que comenzó con el teatro francés a principios del siglo XX, con la representación de sangrientas matanzas, y dio su primer paso en el cine con la película Intolerancia (1916), de David Griffith, donde se mostraban de manera realista decapitaciones y muertes de soldados.
El cine puede ser real o fantástico y lo que aterra también. El gore, como subgénero del cine de terror, apela a lo real y sangriento para causar miedo. Evidencia la fragilidad del cuerpo humano y muestra lo que puede suceder cuando esto es explotado en pos del dolor. Son cosas que suceden, pero que nadie quiere creer como reales. Y como la curiosidad es inherente al ser humano, el gore cumple esa cuota morbosa de mostrar ese “what if”.
Siguiendo con la historia del género, no fue hasta pasada la mitad del siglo pasado que pudo crecer. Y la razón subyace en la aparición del Código Hays.
Había terminado la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos estaba en el bando ganador y seguía cosechando las mieles económicas de una favorable Revolución Industrial. Esto se reflejaba en el estilo de vida de la época: pomposo y con libertades llevadas al extremo. Lo que tuvo su reflejo en el séptimo arte. Sangre, alcohol y sexo explícito habían llegado a la pantalla grande, y para el imaginario popular Hollywood se había convertido en el paradigma del libertinaje -y algo de eso había-.
La “fiesta” se terminó cuando el conservador William Hays, presidente de la Asociación de Productores y Distribuidores Cinematográficos de América, logró imponer un código de producción creado por autoridades católicas años antes. El Código Hays, como se lo conoció, enumeraba tres principios generales:
No se autorizará ningún film que pueda rebajar el nivel moral de los espectadores. Nunca se conducirá al espectador a tomar partido por el crimen, el mal o el pecado.
Los géneros de vida descritos en el film serán correctos, tenida cuenta de las exigencias particulares del drama y del espectáculo.
La ley, natural o humana, no será ridiculizada y la simpatía del público no irá hacia aquellos que la violentan.
A partir de 1934, con la creación de la Administración del Código de Producción, que daba el visto bueno o no al estreno de las películas, y hasta 1966, con la abolición del código, el cine vivió una de las mayores censuras de su historia.
Si bien la sangre ya no brotaba como antes, de la mano del maestro del suspenso Alfred Hitchcock y de la productora Hammer, el cine gore tuvo su lugar. Películas como La maldición de Frankenstein (1957), Drácula (1958), Psicosis (1960) y Blood Feast (1963), de Herschell Gordon Lewis, fueron fundamentales. Esta última es considerada por muchos como la primera película del género splatter –por cómo salpicaba la sangre-, que hoy en día es sinónimo de gore.
La popularidad del género llegaría de la mano del padre de los zombis George Romero con La noche de los muertos vivientes (1968). Y repetiría el éxito una década después con El amanecer de los muertos.
Un poco antes de los ´80s el gore se convirtió en “terror adolescente”, con films que se volvieron sagas como La noche de Halloween (1978), de John Carpenter; Viernes 13 (1980), de Sean Cunningham, y Pesadilla en Elm Street (1984), de Wes Craven.
También hubo espacio para los clásicos: El resplandor (1980), de Stanley Kubrick; Poltergeist (1982), de Tobe Hooper; La mosca (1986), de David Cronenberg, y Cementerio de animales (1989), de Mary Lambert, basada en una novela del popular Stephen King; y lugar para el nacimiento del “terror gracioso”. Algunos de sus precursores son hoy grandes directos del cine fantástico: Sam Raimi (El Hombre Araña), con la saga Posesión infernal (1981), y Peter Jackson (El Señor de los Anillos), con Mal gusto (1987). El nuevo género denominado splatstick era una mezcla del splatter y el slapstick, un subgénero de la comedia que implicaba golpes y payasadas como las que hacían Los Tres Chiflados. Estos films mostraban un gore que resultaba en determinado punto cómico.
La variante más reciente del gore nació en la década pasada con la mezcla de este género con el sexo y las torturas, y se llamó torture porn o gorn. El juego del miedo (2004), de James Wan, Hostal (2005), de Eli Roth, y Grindhouse, de Quentin Tarantino y Robert Rodriguez, son sus más claros y taquilleros exponentes.
Volviendo al punto de partida. ¿Qué tiene de atractivo el gore? El realizar audiovisual Elian Aguilar, que dirigió el documental Rojo sangre y que estrenará en estos días la película Sangre Negra: Aldo Knodell debe morir, considera “que el gusto por el género reside en el ingenio de utilizar la comicidad y lo exagerado para mostrar escenas sangrientas que en otro contexto serían duras e indigeribles. Salir de la cotidianidad permite disfrutar eso sabiendo que no eres tú. Es un escape a la realidad. Básicamente, lo que propone el cine desde sus inicios: entretenimiento”.
¿Disfrutas de este género del cine? ¿Cuál es tu película favorita dentro de él?
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